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miércoles, 7 de diciembre de 2022

 

CRONICA DE LA NAVIDAD

El Niño viene envuelto en las gasas de la lluvia

 La hermana lluvia se ha presentado tardía en este diciembre que acude de golpe con los fríos y las aguas que se negaron a volver tras la canícula. Es la antigua costumbre de la lluvia, que huele siempre a niñez, así que pisemos el camino del viejo castañar, cuando hollamos la tierra húmeda y la hojarasca en descomposición. Esas salidas hacia el campo, dejando atrás nuestro confort de sillón y chimenea, son como un bálsamo para los sentidos. El aroma del mundo es pura limpieza y la levedad del aire nos aclara los lejanos horizontes. El cielo es como más azul, las sierras se tornan oscuras en sus grises de piedras y barranqueras, la arboleda se despoja y claman a las alturas las desnudas manos de sus ramajes, o se apaga en los tenues verdes del chaparral, que agazapa su vida latente, solo despierta si los ábregos la sacuden con su abundancia en nubes y brumas. El pinar se estremece con su inolvidable son, y su olor es todo un mundo que se alimenta con las gotas que bajan desde sus acículas, siempre vivas y glaucas. Es la vuelta a ese caminar “entre pinos antiguos de perenne alegría” (Luis Cernuda).

 Por doquier se oyen los ecos de los arroyos traviesos que brincan bajando las raudas laderas, tal vez el chorro de una alberca o una fuente, y abajo, conforme el fondo de vaguada, estricto y curvo, se hace patente,  se anuncia el ronco rumor del río en plenitud, encajando sus caudales por entre las saqueadas choperas, saucedas y alisedas.

 En los pueblos huele a leña quemada y a un cocido que se diseña amorosamente tras el postigo semiabierto de una ventana. Silencioiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii y soledad. Hay un gato recostado sobre sí mismo bajo un soportal, mirando indiferente, tal vez molesto, una ceremonia que apenas recuerda. La lluvia repica sobre las techumbres y las calles, que acunan sus regueros, como si fueran mínimos arroyos que bajan con una voz casi infantil, mientras las canales surten como ilusorios manantiales que nacen en  cada tejado, en cada casa. En los cristales se dibujan las lágrimas que el viento transporta: son como un discreto homenaje a los que ya no viven allí, a los que se han ido para no volver. Brillan las losas de la Plaza, cuyos naranjos gotean sobre el alcorque en finas dádivas que irán a sus raíces sedientas, y el jardín muestra los verdes intensos de la yedra, del lentisco, de la cornicabra, del romero, sobre los que destacan arriba unas cuantas palmeras enhiestas y firmes. Hay un rosal milagroso que presenta una flor superviviente, aun no marchita, aunque inclinada por el peso de las joyas posadas sobre sus delicados pétalos, a partir de un último aguacero. Como nos dijo Rilke, ese poeta alemán que vivió en Ronda, esa rosa es la pura contradicción de un sueño de nadie bajo numerosos párpados. Un sueño invernal, solitario y triste, el sueño estremecido de una flor a punto de morir.

 La tarde también muere cuando suenan las primeras campanadas que llaman a la celebración del nacimiento del Niño Dios. Como si fuesen latidos del alma del pueblo, suenan firmes, claras, escuetas, en una música que no necesita de más sones, contrapuntos ni adornos. Tampoco los precisa esa escena entrañable del establo: solo unos padres que velan a su hijo, entre inocentes animales, entre rústicos pastores que han acudido a contemplar la luz, y un ser claro y alado que anuncia a todo el que quiera oírlo que el Niño ha venido este año envuelto en las gasas de la lluvia.

 

Feliz Navidad, Benalauría. Paz, generosidad y felicidad.

 

De vuestro cronista: José Antonio Castillo Rodríguez.

miércoles, 3 de agosto de 2022

 

CRÓNICA DEL VERANO

"LA HUERTA DEL BALATE"

Benalauría, julio de 2022

En estos aciagos tiempos de temibles incendios que calcinan los montes de España, y de repetidas desgracias, conflictos y enfermedades, bien nos valdría refugiarnos en uno de esos pequeños oasis que nos permiten atisbar algunos rayos de esperanza.

 
Aquí, en nuestro valle, bajo los bravíos peñones de la Dorsal calcárea que nos separa del hermano Guadiaro, se establecieron desde antiguo algunos espacios de huertos y sembradíos, aprovechando las fuentes y surgencias del acuífero Benadalid-Gaucín, responsable de los importantes
avenamientos de Fuensanta y Salitre, entre otros. En nuestra vertiente manan Azanaque y El Balate, de purísimas aguas y sugerentes nombres árabes que dan fe de su ancestral uso: “Los Cercados”, el primero, “Las Paredes”, el segundo. Y así es, Huerta del Balate, haciendo referencia a un extenso muro de piedra ceñido a un suave talud, y perimetral a una pequeña y fértil llanada de
aproximadamente una hectárea, a la que se suman los restos de otros muretes con bancales abandonados que escalan hacia el denso encinar instalado sobre las paredes del Monte Poyato. Por cierto, os recuerdo que la técnica del balate, o muro a piedra seca para el cultivo en terraza, es Patrimonio de la Humanidad.


El lugar no puede ser más ameno. El agua surte en la vieja alberca con su son infinito, cortejada por algunos frutales y chopos desperdigados. Allí se dieron hasta dos cosechas de cereal en tiempos de
penuria, así como buenas producciones de maíz, habichuelas, con huertos de verano e invierno. Una casa de piedra y cal con techumbre a teja preside aquel agrosistema, como hemos dicho un auténtico oasis entre los roquedales y el encinar, “una isla de ager (cultivos) sobre un mar de saltus
(bosque y matorral)”, como lo hubiera expresado mucho mejor el profesor Sánchez Blanco en su libro sobre los andalusíes del Bajo Genal. Quedan arriba las violentas cresterías de la Dorsal, ahora casi ocultas por la recuperación espectacular de las encinas, con su cohorte del aulagar y tomillar, y
las peonías y el espinar de maholetos, mientras que al frente se nos abre, inmensa y totalizadora, la gran barrera de Sierra Bermeja con sus nubecillas del Levante posadas sobre cerros y collados, hoy desolada imagen del inmenso pinar dos veces devorado este año por el fuego de la iniquidad y el abandono.
Pero aquí, las desgracias casi ni se contemplan al lado de una primorosa horticultura que Susana, Jacobo y su hijo se han empeñado en reverdecer. Venidos de la ciudad, se afanan en recuperar los usos de sus mayores, haciendo florecer con nuevas y estudiadas técnicas los viejos huertos que eran el preciado condumio de aquellos campesinos. Buena tierra, agua impoluta, clima envidiable, brisa que transporta los inimitables perfumes del monte, bosque y roquedal, además de afanes indesmayables, esfuerzos inauditos, e ideas claras, muy claras, para escapar de tiranías y vivir con y en libertad en este lugar de fertilidad, sosiego y hermosura.

 
Junto a esos variados cultivos de proximidad, en la más estricta disciplina de lo tradicional, que es la mejor de las ecologías, esta familia nos recibió menguando julio, a partir de las iniciativas y apoyos de "Montaña y Desarrollo", la Universidad Paulo Freire y otras instituciones, para presentarnos su ambicioso proyecto. De momento, un honorable suelo cernido, limpio y dispuesto para la siembra,
los pequeños pasillos de separación de los cultivos con sus tuberías para el goteo y la
microaspersión, los encañamientos para los productos del verano, como ese exquisito tomate rosa de la Indiana ahora en recuperación, del que dimos buena cuenta en el consecuente refrigerio. Todo parece dispuesto para el buen orden y la lógica de los aprovechamientos, en una distribución
racional y muy bien estudiada.

 
De momento, los primeros y satisfactorios resultados. De momento la fuerza vital de estos emprendedores que no merecen otra cosa que el éxito. Ellos nos abren el camino para lo que haya de venir, que algunos intuimos no augura nada bueno.


Y de momento, el agua casta de fondos turquesas, el austero encinar de trinos y vuelos, el inquieto mariposeo de las hojas del chopo, la fecundidad del manzano, el ciruelo y el nogal, la orla gozosa de la adelfa en sus floridos caminos del agua. Todo bajo el inconmensurable azul de un cielo potente y cercano, las fragancias del animoso viento, y el fantástico decorado de nuestra siempre Montaña Protectora.

De vuestro, cronista José Antonio Castillo.

domingo, 10 de abril de 2022

Lluvia de sangre

 LLUVIA DE SANGRE

(Crónica De La Primavera)

 

Llueve sangre del cielo sobre el mar y la montaña. Las aguas, de tan esperadas, han regresado con furia inusitada y teñidas del rojo polvo del desierto. Aguas son, al fin y al cabo, y han venido a paliar una sequía que amenazaba con llevarnos a otro de esos años en que los árboles y arbustos languidecen, se secan las fuentes y arroyos, y los ríos divagan escuálidos y hambrientos.

El pueblo se nos disfrazó de un color anaranjado en las fachadas que miran a Poniente. El barro, arcilla casi indeleble, cubrió tejados y balcones, ventanas y rejas, arriates, terrazas, calles, muros, plazas…era la señal convenida para que la naturaleza nos recordase que el desierto está ahí, amenazante e inmenso, a la vuelta de la esquina según se traspasan el Rif y las dilatadasllanuras del Magreb.

Pero ha llovido. Y bien, a tenor de los caudales de los veneros y las corrientes impetuosas de nuestros dos ríos. Revive la arboleda, resucitan las hierbas tardías, se tocan levemente de nieve las sierras al noreste, y el valle entero se viste ya con las galas de abril: sobre el pastizal sobrevuelan como copos tenues los pétalos del cerezo y del ciruelo, florecen jaras, majoletos y asfódelos,mientras amarillean aulagas, genistas y escobones. Se abren las asteráceas como infinitos soles sobre las laderas, pespuntan las yemas en las ramas de de los castaños, se renuevan los quejigos con ese verde brillante para su traje nuevo, comienzan a aletear las choperas, alisedas y saucedas. Es el jardín. El más prodigioso y perfecto que pueda verse en este mundo, cuando la brisa mediterránea acristala los aires y sol se posa con sus dedos de fuego sobre nuestra Serranía.

Pero los tiempos no son buenos. Parece ser que la epidemia que nos ha encerrado y desesperado ya no es tan dañina, que van a quitar las mascarillas que nos taparon la sonrisa, que ya estamos a salvo, o casi. Y justo cuando comenzaba la ceremonia de la reconciliación con todo lo que nos rodeaba, cuando por fin dábamos la paz y la palabra, cuando recibíamos la dádiva del trabajo y la convivencia, de nuevo en el horizonte una nueva amenaza, un fantasma casi olvidado que se abate de nuevo sobre las confiadas fronteras de Europa. La guerra. La guerra en su más cruel manifestación: una agresión premeditada sobre una nación soberana, a la que se intenta aplastar a sangre y a fuego. Mueren los más inocentes, los niños, los ancianos, y mueren los hombres y mujeres que esperan aterrados en silencio o que empuñan las armas en un ejercicio de resistencia tan heroico como desesperado. Huyen las familias a millones, dejando atrás todo su esfuerzo, todo su techo, todo su pan. ¿Quién podrá repararles tanto dolor y tanto daño?

Es tiempo, sin embargo, de recogimiento y reflexión. De la conmemoración de otra injusticia acaecida hace dos mil años, hecho que puebla las calles de toda España en forma de cortejos e imágenes dolientes, como espectros del sufrimiento y del sacrificio en los imprecisos tiempos del Dios-Hombre. El dolor de hoy y el de ayer, hermanados en esta primavera inquietante y trágica. Respétese el dolor de ahora, aunque algunos nieguen de manera miserable la tragedia que acontece en uno de los pórticosde la vieja EuropaY respétese también el sentimiento de un sacrificio infinito que se renueva cada primavera. Respeto y paz para los inocentes aplastados bajo la bota de los tiranos. Silencio y sosiego ante la tradición y la piedad.

Cedió la lluvia roja pero ahora nos envuelve por doquier una terrible humedad de sangre y de terror. Aquí mismo, tan cerca, tan inminente. En un tiempo que creíamos seguro y confortable. Es este un momento propicio para la reunión familiar, para los reencuentros, para el descanso. Pero al mismo tiempo hagamos cuanto esté en nuestra mano para recuperar la paz. Acojamos a esos millones de refugiados que huyen de la obscena tempestad de las bombas y los misiles. Tensemos nuestros corazones en un denodado esfuerzo por acabar con toda forma de tiranía y de opresión. Paz a los muertos. Castigo a los culpables (algún día en este mundo o en el otro). Desprecio a los indiferentes de la negación y la mentira, a quienes la Historia se encargará de arrojar a su ya superpoblado basurero.

Porque esta primavera cae sobre nuestras conciencias una terrible y cruel lluvia de sangre.

 

De vuestro cronista, José Antonio Castillo Rodríguez.

Benalauría, abril de 2022.

martes, 14 de diciembre de 2021

CRÓNICA DE LA NAVIDAD

CRÓNICA DE LA NAVIDAD

 

El aire de oro mueve las ociosas 

hojas de los pinares…

(Jorge Luis Borges. “A un soldado de Lee”)

 

Malos tiempos corren, vecinos y vecinas. El virus ha hecho mella en nuestra sociedad, dejando tras de sí miles de víctimas, enfermos, y secuelas físicas y psicológicas muy difíciles de curar. Eso sin hablar de la economía, o de la carestía, a pesar de las alegres campanas de la fanfarria gubernamental, que trata de tapar lo que es una realidad incuestionable: de esta salimos no más fuertes, sino más pobres.

 Afortunadamente parece que las vacunas palian los efectos y la gravedad de las sucesivas olas y cepas del COVID. En esto sí se ha acertado; ahora toca convencer a los irresponsables de que sin ellas los graves riesgos personales se acrecientan, por no decir del peligro en que nos ponen a todos los demás.

 Malos tiempos. En la isla de La Palma se ha abierto una ventana por donde la ira de la Tierra expele sin cesar fuego y cenizas, que están sepultando sueños y esperanzas. Y aquí, en nuestro valle, ese horrible incendio del final del verano, con Sierra Bermeja calcinada y las dos pinzas temibles que entraron al Genal por el norte y por el sur. Incendio de sexta generación, nos dijeron, incendio de sexto abandono, decimos algunos. La crisis de la agricultura de ladera, con su corolario de pérdida de rentabilidad, propició la llegada de los cuatro jinetes de nuestro particular apocalipsis: emigración, envejecimiento, despoblación y abandono. Y tras el abandono, el fuego. Ahora todo son plataformas, promesas y buenos deseos, pero cuando los suelos se enfríen y rebroten las semillas (tampoco ayuda esta persistente sequía que mantiene exhausto a nuestro sur), todo quedará en el olvido. En un sexto olvido.

 ¿Qué hacer? Es claro que aquella agricultura de casi subsistencia o intercambio de pequeño espectro territorial no va a volver. Que los viejos usos del bosque fueron sustituidos por un progreso que aniquiló oficios y manejos que mantenían el equilibrio en la montaña. Ni es posible por rentabilidad, ni es solución volver al pasado en un momento en que la moderna agricultura comercial ha engullido cualquier atisbo de volver a las actividades agropecuarias de proximidad, a no ser de manera anecdótica.

Pero hay soluciones muy posibilistas: mantengamos, con adaptación a los nuevos modelos productivos, alguno de aquellos usos, por ejemplo, el ganado, la mejor desbrozadora posible si se regula adecuadamente la carga animal. La limpieza, poda y aclarado para fabricar biocombustibles, cuyas plantas de tratamiento deberían instalarse aquí. La protección efectiva del fuego,de las laderas y sierras con labores de temporada mediante la contratación de efectivos del lugar, que son los que mejor pueden y saben interpretar los ciclos, los métodos y los trabajos en estas difíciles barrancas.

 Y ayudar al campesino, al que sólo se ofrecen hoy trabas excesivas, a veces absurdas, provenientes de despachos de caoba y moqueta tan fuera del mundo real, en vez de fijarse estas a partir de las verdaderas necesidades de nuestros campos. Ayudas, sí, mediante las políticas comunitarias europeas que subvencionan por doquier la producción agraria, mientras los sectores forestales quedan abandonados sin remedio. Como dijo un productor de corcho de Huelva, en un reciente encuentro forestal celebrado en la Universidad de Sevilla al que asistí, ¿por qué se subvenciona a un olivar, o al girasol, y no a un castañar o un alcornocal? Y, desde luego, la protección integral, y digo integral, de Sierra Bermeja, excluida de manera absurda, infame y acientífica del nuevo Parque Nacional de la Sierra de las Nieves. Ello nos ayudaría sobremanera a la orla periférica, en forma del establecimiento de actividades silvoforestales y pecuarias, además de hosteleras. Pero de esta compleja cuestión hablaremos otro día, pues sé que las presuntas leyes y limitaciones de este tipo de espacios no son bien recibidas por un campesinado que ya no puede resistir más.

Insto desde aquí a los alcaldes de este Valle a actuar, y a hacerlo ya. No queda tiempo: con las actuales políticas el territorio ha perdido más de dos tercios de su población en sesenta años. Toca cambiar el tratamiento para curar al enfermo, pues el diagnóstico es bien claro: el pequeño mundo del Genal y su paisaje, donde el hombre ha sido y es protagonista decisivo, está a punto de fenecer tal como lo conocemos. Hay que actuar ya, insisto, sin dilaciones, con unidad, sin egoísmos ni absurdos partidismos. No nos queda apenas tiempo. Ha llegado la hora de exigir, no de rogar ni de aceptar más limosnas. ¿Estarán nuestros 15 alcaldes a la altura de este gravísimo momento?

 Esta crónica se os ofrece con un pesimismo muy poco navideño, esa es la verdad. Pero yo no puedo, como cronista que soy de la realidad del momento, engañarme y engañaros. Sin embargo, quiero ver en el horizonte un rayo de luz. Tal vez, a través de los negros nubarrones de la indiferencia, la inacción y el olvido, se abran paso las ideas, los proyectos, las iniciativas de los más jóvenes, con paradigmas como esa asociación “Montaña y Desarrollo” que se ha instalado en algunos de nuestros pueblos. Que se desprecien esas vergonzantes limosnas y se obtengan los beneficios de nuevas políticas que pongan fin a tanto olvido, a tanta desesperanza. Que se sostenga población en una medida suficiente para que el paisaje y los pueblos no se nos mueran. Que retorne la lluvia con ese llanto viejo, pausado y persistente de los ábregos sobre nuestros bosques. Que corran los arroyos desatados hacia los padres Genal y Guadiaro. Y que de nuevo, al atardecer, el aire de oro vuelva a mover las ociosas hojas de los pinares rebrotados, en nuestra salvaje, singular y valiosa Sierra Bermeja.

 

 Feliz Navidad. Paz, salud, prosperidad y esperanza. Y consuelo a quienes han perdido a sus seres queridos.

 

De vuestro cronista, José Antonio Castillo Rodríguez. Diciembre, 2021.


lunes, 14 de junio de 2021

Crónica del Verano. De los balates, albarradas, bancales y majanos.

 

Crónica del Verano

 

De los balates, albarradas, bancales y majanos

 

 Desde el año 2018  los balates forman parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, que promueve la UNESCO. Pero, ¿qué entendemos por un balate? En general se hace referencia a un murete de piedra seca, realizado en una pendiente de una ladera, para poder sostener tierra en horizontal que nos permita un determinado cultivo. Es decir, una rectificación del terreno realizada por el campesino para aprovechar al máximo la tierra de la que dispone, que sin esta estructura no podría ser cultivada. En nuestro término municipal tenemos un ejemplo toponímico en la de todos conocida “Huerta del Albalate”, donde efectivamente existe una notable pared de estas características, que limita una explanada en la que siempre conocimos cultivos de regadío, mediante manantial y alberca. El término viene del árabe albalat, camino, lugar empedrado, aunque su primer origen parece griego, plateia, es decir, explanada, o del latín parietis, que significa pared, y de ahí nuestra parata.

 Extendidos a lo largo de nuestra montaña, los balates “esmaltan los paisajes (Guzmán Álvarez, 2010)” en todo lo que fue el Xharq al Andalus, es decir, la actual España a levante, y a lo largo de la montaña mediterránea, sean de riego, los que se escalonan con esta técnica, estos más altos y fuertes para soportar el mayor peso que proporciona el agua, sean en secano, creando nichos incluso en laderas muy pronunciadas, para sostener árboles, generalmente olivos, aunque también almendros, algarrobos, higueras, incluso cepas de vid. De los primeros tenéis un magnífico ejemplo en el Molino de Pedro Álvarez, o en los huertos de Almenta, y en algunas explotaciones de La Alberca, Jemáez o en los pagos del Guadiaro, de los segundos los más bellos y laboriosos los he hallado en Balastar (Faraján), sobre las faldas de Sierra Prieta, en Yunquera, Montes de Málaga, y sobre todo en la Axarquía, en Sedella, Salares, Árchez, Sayalonga, Cómpeta, Canillas de Albaida, Arenas, etc…, donde además de servir de soporte a complejos agrosistemas de riego, con un gran entramado de tomas y acequias, existen verdaderos escalonamientos de paredes que siguen fielmente las curvas de nivel:  además de su función de favorecer los cultivos, por sí solos constituyen un elemento humano esencial para paliar o incluso detener los graves procesos erosivos de aquellos valles.

 La diferencia entre balate y bancal es que el primero es una pared, un soporte, mientras que el segundo es la superficie de cultivo(mejor llamarlo tabla o tablar), por eso se confunden los términos, pues en zonas de roca consolidada a veces no es necesario construir con piedra seca, sino escalonar simplemente el talud, como podéis observar en el Huerto de los hermanos Conde (ignoro el porqué de “Huerto de Pujerra”), o en nuestros “Bancales”, bajo el pueblo. Otra acepción es la de Albarrada, también muro o pared de piedra. No hace falta insistir en este nombre, que hace referencia a una de nuestras calles más transitadas.

 Diversos nombres revisten los balates según la función que realizan, pues el de los cultivos es solo una de tantas (Yus Ramos, 2018): si se trata de limitar propiedades mediante muros se llaman pasillosi van paralelos, con un camino entre las explotaciones. De este tipo tenéis un muy bien conservado modelo en Benajamón. Si sostiene una senda o camino en una ladera con gran pendiente, se denomina poyata, poyato o poyo, (se me ocurre pensar si el nombre de nuestra más alta sierra no hace sino referencia al viejo camino hacia Siete Pilas y el valle del  Guadiaro). Si tiene forma semicircular y se construye en un fondo de valle, responde al nombre de  majano.

Pero majano tiene otras acepciones, que responden a sus diversas disposiciones, como el apilamiento después de un despiedre de un campo, un elemento de separación para ganado o explotación, y, según me cuenta Cristóbal Díaz, una especie de murete a piedra seca con orificio para el fuego que servía de cocina exterior a la casa, si lugar hubiera, para guisar en verano, con leña claro está, dado el excesivo calor que en el interior de la vivienda producía un hogar encendido. Os adjunto una imagen de uno que él mismo ha reconstruido en  un patio del Fresnillo.

 El caso es que, de una manera o de otra, perviven en el mundo campesino de nuestra montaña muchos de estos ejemplos citados, muestra de un pasado en que la vida en el campo era muy ardua y trabajada, en una tierra hermosa, aunque “áspera y difícil” como la definiera un cronista real en tiempos de los Reyes Católicos.

  Pero hay que advertir que en nuestra provincia están desapareciendo, sea a causa del abandono progresivo e imparable de los cultivos en las serranías tras la crisis de la agricultura tradicional, sea por la especulación brutal a que se ve sometida la tierra axárquica, hecho debido a la implantación masiva del aguacate en grandes bancales esculpidos a base de maquinaria pesada, con el consiguiente peligro de grave erosión, en lugar de proseguirla tradición del balate aunque sea con técnicas más modernas, como se ha hecho con acierto en algunos pagos de la Alta Axarquía.

 En definitiva, esta vieja sabiduría de la piedra pura que sostenía el pan o el maíz, la hortaliza, el aceite o el fruto de los campesinos, está, como otros tantos usos del campo, en trance de ser borrada de nuestras laderas, oscureciéndose para siempre lo que fue uno de los más bellos ejemplos de la comunión del hombre con su tierra, aún presente en aquellos viejos paisajes culturales  de las vertientes del Mediterráneo.

 

De vuestro cronista, José Antonio Castillo Rodríguez. Benalauría, Junio de 2021.

 

lunes, 29 de marzo de 2021

 

Una crónica (breve) y un soneto




 
Benalauría, abril. 2021. Queridos convecinos:
 
 Una nueva Semana Santa se nos viene con los azahares que surten desde las savias ocultas para perfumar huertos y bancales. Amarillean genistas y escobonales por cerros y laderas. Florecen vincas, maholetos y jaras, ciruelos y cerezos. Leves van los arroyos con sus aguas someras y puras, silba la brisa, se entonan las aves, pasean las nubes sus alburas por caminos de intensos azules. Ellos no entienden de pandemias ni encierros. No saben de prohibiciones ante el peligro tenaz y asesino que nos acecha. Y la sierra entera es como un gigantesco atanor donde se decantan miles de brillos y de aromas.
A sus sublimes y familiares olores, destellos y sones nos acogemos, hermosa paleta sensorial que sintetiza patios de fertilidad, lágrimas de la lluvia, férvidos soles y los pálidos oros de la luna. Un aura que nos eleva hacia esos otros recuerdos de las músicas sacras, de los tronos y los pasos entre claveles y cirios, donde Dios hecho hombre y sufrimiento es paseado bajo el aire de cristal cuando atardece, y las Vírgenes, acunadas bajo un toldo de estrellas, lloran por el Hijo perdido.
 No; este año tampoco podremos. Se nos abre una rendija pero las puertas siguen cerradas, aunque ese impulso que nos dirige hacia las calles, bajo músicas, bajo inciensos, bajo ese sol que ya recupera su fuerza y esa noche que sueña bajo el dulce sigilo de sus sombras, ese impulso, hibernado en meses de angustia e incertidumbre, vuelve de nuevo porque está prendido en la esencia misma de nuestro ser mediterráneo. Ese inmenso hogar de azuladas espumas que ahora regresa a la vida, acunado en su esplendor de diáfanos brillos, y en los vaivenes y ondas donde habitaron los mitos, los dioses y los héroes.
 Volveremos como el azahar tras su destierro de helados presagios. Saldremos a los trinos del alba, al sol poderoso que esculpe la Sierra y el bosque, a los rumores del agua bajo el crisol de la tarde y a las trémulas estrellas. Tornaremos a la emoción de las flores, de las músicas, de la cera. En todas partes, en cualquier ciudad, pueblo o aldea. Como cada año, como cada abril.
Os dejo este mi sencillo soneto para un tan sentido Descendimiento y Entierro que se nos ha hecho costumbre en nuestro pueblo cada primavera. Disfrutad de vuestro merecido descanso en estos días de transparencias y retoños, de espejos y aromas, de esplendentes cielos.
Compartid vuestra vida hasta donde sea posible con discreción, responsabilidad y prudencia.
 
A Cristo, en su descendimiento y entierro
 
Nadie entone la lágrima o el verso
al ver su cuerpo herido y lacerado
colgando de la cruz, mortificado,
la maltratada piel y el rostro terso.
 
Nadie llore su trágico y perverso
final, ni  su  postrer grito angustiado,     
pues muere por llevarse en su costado
todo el dolor que colma el universo.
 
Lo bajan de la cruz. La llama alumbra
la triste escena. El pueblo compadece
sus heridas de muerte y sus horrores.
 
En urna de cristal, cuando atardece,
lo transportan, y luego en la penumbra
descansa Cristo en paz sobre las flores.

martes, 9 de marzo de 2021

 

CRÓNICA DE LA MUJER

 

Benalauría, marzo, 2021

 

No seré ni estaré nunca cerca de ningún extremo de donde pueda caerme. El límite entre el ser y la nada me aterra por lo que tiene de vacío. Y como Antonio Machado, intento no dejarme atrapar por las voces de los tenores huecos. Tampoco de las que ahora van de vicetiples. 

 Viene esto a cuenta de este tan manejado Día de la Mujer. Tengo de ellas ancestros campesinos y demasiados genes de montañas, aguas y arboledas, de los que nunca renegaré. De modo que sé de sus muchas dificultades. De aquellos días siempre iguales al pie del fogón y la leña, de la panera de ropa y sabañones, de los animales, de la recolección, de la prole. Y de sus tardes y noches en soledad mientras el hombre se bebía su amargura en la taberna.

 De ahí venía mi madre, aunque su vida fuera otra por circunstancias, vida la que hubiera estado atada aunque hoy ese mundo campesino sea otro, afortunadamente también para la mujer. Sus hijas, mis hermanas, fueron y son médico y profesora (no me gusta médica como no me gusta violinisto). Mi mujer, oiga sí, mujer, del latín "mulier" nada menos, también docente, como mi hija. Tiempos nuevos propiciados por los grandes cambios en las mentalidades. Tiempos, sin duda, mejores, aunque aún tengamos que soportar demasiada violencia y muerte a manos de los desalmados. Hágase justicia y edúquese. Sobre todo edúquese.

 Me alegra saber que Helena fuese el leit motiv de una de las historias más sublimes de la Literatura Universal, que Dulcinea fuese el bálsamo de la locura de Quijano, que se reconociera el impagable trabajo de Madame Curie, doble premio nobel de Física y Química. Que en nuestros días, en las grandes corporaciones haya un creciente número de mujeres dirigiendo, que una tal Ángela Merkel haya liderado, prudente y brillante, la Unión Europea, que Ana sea directora de uno de los bancos más importantes del mundo, que Victoria y María fuesen las neumólogas que me devolvieron el aliento, que Cari la enfermera o la madre Teresa madruguen cada mañana alegrando el desayuno a sus enfermos, que María José enseñe a leer a cientos de infantes sin tregua ni cansancio. Que Julia Roberts nos haya enamorado tantas veces, como la Streisand o Enma Thompson, que Isenvayeva volara con el viento, que Diana Navarro sea prestidigitadora del aire, que Isadora Duncan fluyera como un torrente sobre las músicas inmortales. Que el mejor gobernante de la Historia de España se llamara Isabel...

 Y sobre todo que muchas de mis alumnas hayan conseguido casi todos sus sueños.

Espero que muy pronto no tengamos que celebrar el día de, porque todo el año sea el de... la mujer, libre, realizada, trabajadora, integradora e inteligente. Sin complejos, ni etiquetas. 

 Y lo dicho: las vicetiples y las divas, al teatro.

 De vuestro cronista, con admiración, respeto y fe en el futuro, queridas convecinas.